El escatológico recuerdo de un ministro sobre los comportamientos de Alperovich

Si bien José Alperovich durante su gestión siempre se miró en el espejo kirchnerista, evocó en su discurso de asunción a cuatro referentes domésticos: “Quiero recuperar la visión transformadora del mayor Carlos Domínguez, el primer gobernador peronista; la fuerza hacedora de Celestino Gelsi; el temple y el coraje de Amado Juri, y la sensibilidad social de Fernando Riera”. En verdad, la cúspide de su ambición, es ser recordado como el mejor gobernador de todos los tiempos. Así lo manifestó en algunas entrevistas periodísticas.

A un lado las diferencias y semejanzas con otros políticos, Alperovich construyó un estilo propio y particular, que se encarna en la informalidad y en su manera de ser. Es carismático y comprador. En ocasiones desconoce los límites del respeto y el protocolo. Es mal hablado y tiene aires de bom-vivant. Es capaz de abrazar y besar a un presidente en el primer encuentro. Tras el apretón de manos, puede hablar sin filtros como si su interlocutor fuera un conocido de toda la vida. En sus códigos, no existe el tuteo. Jamás. “José es así”, coincidieron en su entorno más íntimo.

Políticamente, el mejor caso para retratar su manera de ser son las reuniones diarias de gabinete que se llevan a cabo durante la mañana en su domicilio de la calle Crisóstomo Alvarez, a unos pocos pasos del Parque Guillermina. Son mitines políticos en los que a veces participan hasta sus hijos. Se hacen habitualmente en el salón contiguo a la cocina, con vista al jardín. Hay una rueda de mates que nunca gira. Sólo toma Alperovich. Norma, su empleada de siempre, le alcanza el termo con agua caliente, él se ceba y absorbe. Es capaz de tomarse dos litros de mate en una mañana.

En las reuniones suele participar, con muy bajo perfil pero con gran participación en las decisiones, la perra del gobernador. Al animal le consulta sobre distintas cuestiones de la gestión. Insólito. Sólo se entienden entre ellos. Los funcionarios y periodistas que frecuentaron los primeros días de gobierno no podían creer cuando el mandatario le preguntaba a su mascota, llamada Magui, qué opinaba sobre determinado tema. Al poco tiempo ya se había tornado una costumbre. El caniche del gobernador también es su cábala. Las elecciones presidenciales de 2003 se realizaron antes que las provinciales. Alperovich y Miranda, alineados por Duhalde, jugaron para Néstor Kirchner. La posición de Alperovich era más por conveniencia que por convencimiento. Nunca imaginó que el santacruceño podía llegar a la Casa Rosada. Aquel día, Alperovich esperó los resultados de los comicios con su perra en brazos.

De las reuniones de gabinete en la residencia del gobernador suelen participar ministros y secretarios de primer rango, y a veces intendentes y legisladores. Todos hombres de confianza, un requisito indispensable. También está su esposa Beatriz, quien prefiere desayunar en la habitación, situada en el primer piso del hogar. Alperovich y su equipo suelen comentar con ironía el contenido de los diarios y se habla de la pavimentación de calles como la principal política de Estado del Gobierno. Hasta el ministro de Salud, Pablo Yedlin, se jacta de ser un experto en el tema al lado de los popes de Vialidad Nacional, también de asidua presencia en la casa del gobernador.

Desde su residencia, Alperovich planifica la actividad del día vestido de pijama o de jogging ante la mirada débil de sus funcionarios. “A veces, hasta asiste en calzoncillos y se rasca las bolas. El es así. No le da vergüenza y para nosotros ya es normal”, confesó un alperovichista de la primera hora y de asistencia casi perfecta a este tipo de reuniones.

La rutina continúa a media mañana. Subido a una combi blanca manejada por Daniel, conocido como “El Mago”, el gobernador y parte de su comitiva recorren obras públicas y hacen anuncios rimbombantes y cortes de cintas delante de las cámaras de televisión. “Hay que mostrarse activos, siempre”, es el eslogan favorito de los alperovichistas. Poco antes del mediodía, el mandatario desembarca en la Casa de Gobierno, a donde regresará por la tarde, después del almuerzo en su casa y hacer ejercicios en el Parque Guillermina. Así son casi todos los días de Alperovich desde el 29 de octubre de 2003.

(Extracto del libro «El Zar», de Nicolás Balinotti y José Sbrocco)